martes, 21 de octubre de 2008

LA TELEVISIÓN: ALGO MÁS QUE VER A DISTANCIA


La cutltura audiovisual penerta con mayor facilidad en las sociedades, y no siempre, los modelos de conducta transmitidos, son recomendables.

¿Dejó a su hijo con la televisión? Pues, entonces tenga cuidado. Quienes manejan los medios masivos, no siempre lo hacen con fines altruistas, y además, parte del público, al que van dirigidos los programas, no realiza una lectura crítica del mensaje que recibe.
La televisión necesita para subsistir, de la publicidad, aunque existen canales, que funcionan a manera de fundaciones, con una masa de bienes que les permiten salir al aire.
Así, la publicidad sostiene a la empresa de comunicación social, y en ocasiones sin importar, si esta última se aparta de la moral y de la búsqueda del bien común. Dicho de esta forma, la publicidad puede servir de colchón económico, para cualquier programa que represente grandes niveles de audiencia, y a veces, sin tomar en cuenta si su contenido es edificante o no.
A esto se suma el hecho, de que repetidas veces, los dueños o accionistas de una determinada empresa, que necesita de la publicidad, para vender su producto o servicio, también son dueños o accionistas de un canal de televisión, por lo que existen preferencias para anunciarse en éste, y respaldar un programa.
La televisión, al igual que el cine o la radio, influye en el receptor de un mensaje. Patrones de conducta, estilos de vida, formas de pensar y sueños que alcanzar, son copiados continuamente por la teleaudiencia.
En este contexto entran los niños, que como masa, representan un mercado al cual se llega a influenciar, con mayor facilidad. Por una parte, un número plural de medios de comunicación, fomentan el escapismo (proceso mediante el cual se escapa de la realidad que se vive), y por otra, el niño no tiene la madurez para realizar una lectura crítica del mensaje, y termina por hacer una lectura mimética (el receptor se identifica con los patrones que recibe en el mensaje). Adultos y adolescentes, caen también en este esquema, pues, la lectura mimética está relacionada, como lo señala el autor de El público ante la televisión, Vicente González Castro, con los bajos niveles intelectuales y culturales del individuo.
En este orden de ideas, Juan Pablo II, en su mensaje de 1979, para la XIII Jornada de las Comunicaciones Sociales, advirtió de este peligro, y añadió: ¨Fascinados y privados de defensas ante el mundo y ante los adultos, los niños están naturalamente dispuestos a acoger lo que se les ofrece, ya se trate de bien o de mal... Los niños se sienten atraídos por la pequeña pantalla, siguen todos los gestos que aparecen en ella y perciben, antes y mejor que cualquiera otra persona, las emociones y sentimientos".
Resulta apropiado agregar que los canales de televisión se surten, en Latinoamérica, de programas grabados o filmados, en cantidad considerable, en Estados Unidos; país que presenta realidades, que en muchos casos, no son las de los países latinoamericanos.
Estos programas, a menudo cargados de violencia, sexo, y patrones culturales distintos, no hacen sino uniformar los gustos, desvirtuar valores e implantar otros, si se enfoca el asunto, desde el punto de vista sociológico.
En otras palabras, dichos programas, son instrumentos de socialización, de aprendizaje o aculturación (proceso de asimilación de una cultura dominante, sin ofrecer resistencia).
Y todo esto, sin considerar la ola de caricaturas orientales, que son transmitidas en el país, con reflejo de creencias foráneas y sus ya conocidos combates a muerte; además de aquellos programas nacionales y de otras latitudes, que reproducen patrones de conductas similares.
Si usted deja a su hijo a solas con el televisor, es mejor que lo piense; pues, su pequeño podría asimilar estos mensajes, como propios, y ser el antisocial del mañana.

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