jueves, 4 de junio de 2009

EL ESPÍRITU SANTO, EL GRAN OLVIDADO



La Solemnidad de Pentecostés nos recuerda que no estamos solos. Se nos ha dado un Defensor, un Paráclito. No obstante, al echar un vistazo al mundo de hoy, pareciera que al ser humano, esto se le ha olvidado.

Volver la mirada sobre el mundo de hoy no es muy grato. Con frecuencia la realidad resulta tan absurda, que lo mínimo que se pude pensar es que el Espíritu Santo es el gran olvidado.
Con la fiesta de Pentecostés, el cristiano recuerda aquellas palabras de Jesús a sus discípulos, cuando por miedo a los judíos, se encontraban a puertas cerradas. Pero, fue que algo extraordinario pasó. Se presentó el Maestro, ya resucitado; mostró las manos y el costado, y los discípulos se llenaron de gozo. Seguidamente Jesús les dijo: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así los envío yo…Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, le quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”. (Jn 20, 20-23).
El relato del Evangelio de San Juan nos dice que Tomás, al que apodaban el Gemelo, no se encontraba con ellos; y que por no haber visto, no creyó lo sucedido (Jn 20, 24-25).
En este contexto, las sociedades contemporáneas muestran algunos rasgos característicos del incrédulo, del que piensa que la vida se circunscribe a lo terrenal, y que termina con la muerte; del que al igual que Tomás, necesita de algo sobrenatural para seguir el camino de Cristo; del que a pesar de haber sido llamado a vivir el Evangelio, pareciera no creer en las palabras del Emmanuel, cuando les dijo a los discípulos, aquello de recibir al Espíritu Santo.
El cristiano actual, vive sumergido en el bullicio del materialismo. Son demasiados sonidos e imágenes al mismo tiempo. La moda, el sexo, los lujos, el poder, la belleza física, el oportunismo, la diversión, los placeres, el ocio….Todo pareciera tener sentido para aquellos que no creen en un Cristo resucitado y, para los que no consideran haber recibido al Espíritu Santo, a pesar de ser bautizados.
Por eso, la realidad tan distante de lo que debe ser la vida del cristiano. Nos encontramos frente a una avalancha de mensajes mediáticos, enfocados en otro camino; y de allí, la proliferación de vicios y males sociales.
Según los parámetros del cine y la televisión, hoy por hoy, la vida no vale nada. Se vive para el momento, lo demás, incluyendo a Cristo, no importa. Es un discurso censurable, bajo toda óptica, pero eso es lo que vende y lo que importa a los empresarios.
El Evangelio nos recuerda también, la postura del que tiene miedo. En la actualidad se vive con un constante miedo, con una incertidumbre casi total. Se tiene miedo al quedar cesante, a la miseria y al hambre, al rechazo o a la burla; al no ser igual que la masa, que refleja los intereses del mercado. Hoy se tiene miedo, incluso, de amar.
Con el Espíritu Santo, el cristiano está llamado a ser valiente, a vivir en el mundo, bajo la perspectiva del amor. Pero, un amor que va más allá de lo que se dice en las películas, o en los programas de televisión. Se trata de algo diferente; se habla de sacrificios, de entrega, de servicio, de perseverancia y de valentía; porque para amar como Cristo, por supuesto, que hay que ser valiente.
Esa capacidad de amar, se puede obtener, al recibir al Espíritu Santo; el mismo que le envió Jesús a los discípulos, aquel primer día de la semana, cuando estaban reunidos a puertas cerradas, por miedo a los judíos. De ahí, la importancia de la fiesta de Pentecostés.
Y los frutos del Espíritu Santo ya los conocéis; son todo lo contrario de los que da el “árbol malo”. Por eso, cuando se echa un vistazo a la realidad del mundo de hoy, lo mínimo que se puede pensar es que el Espíritu Santo, pareciera ser el gran olvidado.

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