viernes, 16 de octubre de 2009

CONTRA LA POBREZA: UNA ACTITUD, Y NO SÓLO UN DECIR




Distrito de San Miguelito, uno de los más populosos de la República de Panamá, y donde los niveles de pobreza son evidentes.







Hablar de pobreza no es fácil, especialmente cuando se vive de ella; es decir, para unos la pobreza de grandes conglomerados representa ganancias, mientras que para otros, constituye la consecuencia lógica de la injusticia social que se palpa en las sociedades modernas.


La Organización de las Naciones Unidas (ONU), tiene programado para los próximos días, la celebración de la cuarta jornada contra la pobreza, en la que Panamá tradicionalmente ha participado.
Pero hablar de pobreza no es cosa simple. La humanidad entera está involucrada en dicha situación. La pobreza se constituye cuando el ser humano se inclina por el egoísmo, y le resta al otro, su calidad de hijo de Dios; pero esto, no es nada nuevo.
Se trata de realidades que tienen que ver con un orden mundial, en que unos países participan solapadamente de la pobreza de otros, aparentemente menos afortunados, pero que en el fondo, son hasta más ricos que los primeros.
Y a lo interno de las comunidades, también existen estructuras de poder, que dan al traste con el bien común, con aquello que sirve a todos para su desarrollo. Sólo hay que ver las desigualdades entre gobernantes y gobernados, los sueldos y la falta de oportunidades, además de las contradicciones en los servicios elementales; como la educación, la salud y el transporte, por mencionar algunos.
Ya en el Evangelio se habla de la lucha entre el bien y el mal, y esto puede aplicarse en todos los ámbitos. Las diferencias entre ricos y pobres van mucho más allá de lo estrictamente económico, para situarse en el campo moral, y la moral no es relativa.
En este sentido, ya como lo manifestara el papa Juan pablo II, en El esplendor de la verdad, “es necesario que el hombre de hoy se dirija nuevamente a Cristo para obtener de El la respuesta sobre lo que es bueno y lo que es malo”.

“EL ÁRBOL SE CONOCE POR SUS FRUTOS…”

El asunto de los frutos, malos o buenos, también puede adaptarse al problema de la pobreza; y es más, la pobreza está ligada indisolublemente a este contexto.
Aquello de que el árbol bueno da frutos buenos, representa a la persona que ve en sus semejantes, a otros hijos de Dios, y por eso les da el respeto que se merecen. ¿Acaso sucede esto, entre empleadores y empleados?
Por otra parte, en Europa, manifestaba el cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, se tiende a ver a las personas que provienen de otras latitudes, como
extracomuniutarios, término que disocia al ser humano de su realidad, pues, como buen hijo de Dios, está llamado a vivir en comunidad y a desarrollarse en comunidad.
Pero parte de la comunidad internacional no ve esto así. El problema de la migración responde a la falta de equidad, o de justicia social por la atraviesan las naciones, y que en algunas regiones del orbe, se proyectan con mayor intensidad. Por eso, aquello de los frutos, porque obviamente, no han de ser buenos aquéllos con los que se perpetúan las miserias de miles de personas en todo el mundo.

DE LA CORRUPCIÓN Y OTROS TANTOS MALES…

De la corrupción y otros tantos males habría mucho que hablar, sino fuera por el hecho de casi todo el mundo los conoce. Sí, la verdad es que la corrupción no es nada nuevo, a pesar de que en los códigos penales se reduzcan a unas cuantas conductas punibles.
La corrupción es algo más que un tipo penal, en contraposición con lo que algunos abogados quieran resaltar. Se trata de conductas, que penadas o no, contravienen la Ley de Dios. Todo lo que ofenda al Creador, se puede considerar como un acto de corrupción.
De la corrupción habló el profeta Miqueas, un campesino del pueblo de Moreset, y conocedor de las explotaciones al hombre del campo. “Los creyentes han desaparecido del país, y entre sus habitantes no se encuentran ni siquiera un hombre justo. Sus manos son buenas para hacer el mal: el príncipe es exigente; el juez se deja comprar; el poderoso decide lo que le conviene. Su bondad es como cardo, su honradez peor que una hilera de espinos”, denunció el profeta Miqueas (Mi 7, 2-6).
Y de la corrupción también se habla hoy. No ha desaparecido este mal en las sociedades modernas; de forma tal, que la pobreza aún se palpa, y lejos de desaparecer, parece acrecentarse con cada día que pasa.
De acuerdo con cifras suministradas por la ONU, 32 por ciento de los panameños viven en pobreza; 5.8 por ciento de los niños están bajos de peso a la edad de los cinco años; y solamente el 20 por ciento de la población panameña tiene acceso a la Internet; lo que refleja la diferencia de la capacidad de acceso a la información, entre unos pocos, y la mayoría de la población, en el país centroamericano.
No obstante, la pobreza va mucho más allá, al observar a diario en las calles de los países considerados pobres, a gente de cualquier edad, dedicada a la venta, porque no tienen trabajo. Esta fracción de la población, curiosamente, no es considerada como “desempleada”, porque se dedica a una actividad económica y no está en busca de empleo; pero cuando se mira su realidad, comparada con la gente que sí tiene trabajo estable, y con jugosos sueldos, la diferencia no es para nada "envidiable".
Se alude entonces, a las disparidades respecto a la educación, o a la preparación, pero no se miran los salarios de hambre, o los contrastes en el sector salud o transporte. En algunos lugares, sobre todo los más apartados de Latinoamérica, existen comunidades en donde la escuela es una choza, y para llegar hasta allá, los niños tienen que pasar una odisea; incluso, caminar descalzos, porque la desigualdad en el ingreso familiar es tan grande, que ni para la comida diaria alcanza.
En este contexto, en el documento conclusivo de la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, conocido como Puebla, en el número 494, se indica: “Los crueles contrastes de lujo y extrema pobreza, tan visibles a través del continente, agravados, además, por la corrupción que a menudo invade la vida pública y profesional, manifiestan hasta qué punto nuestros países se encuentran bajo el dominio del ídolo de la pobreza”.
En este mismo orden de ideas, en Brasil, en el marco de la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, los prelados manifestaron su preocupación frente a la realidad socio-política de la región. “Cabe señalar, como un gran factor negativo en buena parte de la región, el recrudecimiento de la corrupción en la sociedad y en el Estado, que involucra a los poderes legislativos y ejecutivos en todos sus niveles, y alcanza también al sistema judicial que, a menudo, inclina su juicio a favor de los poderosos y genera impunidad, lo que pone en serio riesgo la credibilidad de las instituciones públicas y aumenta la desconfianza del pueblo, fenómeno que se une a un profundo desprecio por la legalidad” (Aparecida, número 77).

LA POBREZA, UNA REALIDAD QUE ALCANZA A LOS MEDIOS.

Y si de pobreza se trata, hay que retratar la de los medios de comunicación social. En gran medida, la información que se transmite a través de los medios masivos de comunicación, gira en torno al consumo. Los programas enlatados reproducen modelos de conducta, que les facilitan las cosas a los productores de bienes y servicios. De esas ganancias viven publicistas, periodistas, locutores o comunicadores sociales; pero, sobre todo, los dueños de los medios.
La realidad mediática es la de la inversión en distracción, pero no podemos calificar ésta, como la más sana. Incluso con el deporte, se intenta exaltar la competición, a tal punto, que para muchos, Dios pasa a un último plano, cuando no desaparece.
Nuevamente surge con esta industria, la situación del embudo. El lado más ancho es para quienes, de una u otra forma, manejan los hilos. Periodistas mal pagados, empobrecidos hasta ya no más; y un público que sólo recibe rastrojos de información y, que además, es perfectamente manipulable y sometido a la alienación de quienes le manejan. Recordemos la figura del flautista y la tonada. Si el flautista toca una tonada triste, quienes le escuchan, se entristecen; si el flautista toca una tonada alegre, los que le escuchan, se alegran.
La pobreza de los medios de comunicación tiene que ver con esto. Se trata de que un público bien formado, puede discernir entre lo bueno y lo malo; pero como no es así, sólo le queda a muchos, “bailar al son que le tocan”. En esto también consiste la pobreza, en no saber desentrañar lo bueno y lo malo, y dejar que otros, decidan por la mayoría.

UNA LUZ DE ESPERANZA.

Y sin embargo, a pesar del panorama con el que se puede desalentar, hasta al más positivo, siempre existe una esperanza. Ya lo decía Juan Pablo II, “No tengáis miedo, abran las puertas a Cristo”. Por eso, en la lucha contra la pobreza se requiere una actitud, y no sólo un decir.

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