miércoles, 17 de noviembre de 2010

PEDAGOGÍA DE LOS VALORES: UN ANÁLISIS CUALITATIVO

Enseñar los valores morales pareciera no ser tan fácil; sobre todo, sin la particaipación de todos los actores sociales, y con la contradicción de los medios de comunicación social.
FOTO: ERNESTO Mc NALLY.
Pedagogía de los valores, es el título de la obra de Rebeca Sierra y William Bedoya, que ilustra la enseñanza de ciertos principios fundamentales del comportamiento humano, llamados “valores”. Quienes escriben el libro anteriormente mencionado, en primera instancia, definen lo que consideran “valores”, para luego tocar el tema de las instituciones fundamentales en la sociedad: la familia, la escuela, la parroquia y,  sus roles en el aprendizaje de los valores. Efectivamente, es en la familia donde el ser humano socializa por primera vez, allí comprende lo que es el amor, el respeto, la honradez, el servicio, la equidad, el cariño, la tolerancia y la obediencia. El niño o la niña aprenden de papá y mamá los valores humanos, ya sean estos, estéticos, religiosos, vitales, económicos o morales. En la escuela también se desarrollan o solidifican estos “principios” o “cualidades” del ser humano, al darle orientación, reorientación y pulimiento; y en la parroquia, como es obvio, igualmente se aprenden, refuerzan y ponen en práctica, para ser llevados al resto de la sociedad. Como se puede ver, es una constante asimilación de modelos de conducta que se promueven y se desarrollan en comunidad. Lo planteado por Sierra y Bedoya no es nada nuevo. El Evangelio constituye la fuente inagotable de valores morales, la familia es el primer espacio en donde se aprenden y se ponen en práctica, y la escuela ayuda a incentivar al alumno a que los practique. Este es un círculo de cooperación mutua. Familia, escuela e Iglesia. Recordemos que la Iglesia es la comunidad de fieles que se reúnen cada domingo, y durante la semana, para compartir “El Pan”, no sólo de la Palabra, sino de la Eucaristía. Por lo tanto, es en la Iglesia donde se robustece lo aprendido en la familia y en la escuela; y es en la Iglesia, donde se presenta el Cuerpo y la Sangre de Cristo, en un acto de “común unión” de Dios con su criatura. Si alguna crítica hay que hacer de Pedagogía de los valores, es la confusión que en ocasiones se presenta respecto a los roles de cada una de las instituciones mencionadas, pero es lógico. La Iglesia está llamada a educar en la fe, al igual que la familia, concebida como una “Iglesia doméstica”; y por consiguiente, la escuela asume un papel de reforzadora de los principios depositados en el individuo, por la familia y por la comunidad de fieles (Iglesia). De esta forma, estas instituciones se complementan: unas veces enseñan y otras veces enriquecen las virtudes practicadas. Un tema introducido por Rebeca Sierra y William Bedoya, que es de mucho cuidado, es el relativismo de los valores. Ciertamente el hombre desarrolla posturas de acuerdo a la cultura en la que vive, y éstas reflejan cierto ideal socialmente aceptado, pero es que los valores morales, no están sujetos a la discrecionalidad de lo que piense el hombre. Los valores morales son unos, el ser humano lo que hace es descubrirlos, en la medida en que se acerca a la fuente de la moral, que es Dios. En esa medida crece como individuo y como cristiano. Nos remitimos precisamente a las palabras expresadas por el papa Juan Pablo II, en su encíclica El esplendor de la Verdad, cuando alude al pasaje bíblico del joven rico y su encuentro con Jesús. ¿Por qué me llamas Maestro Bueno? - Uno sólo es bueno -. De lo que se desprende que no somos nosotros, los seres creados por Dios, los que le podemos señalar qué es lo bueno, o que es lo malo. El Evangelio nos plasma la cruda realidad del que aspira obtener la vida eterna (Mt 19, 21). Todos esos mandamientos – señala el joven rico –, los he cumplido, y a lo que Jesús indica: si quieres ganar la vida eterna, da todo lo que tienes a los pobres y sígueme. Seguir a Cristo significa eso, dejarlo todo, es decir, dejar todo lo que nos ata a este mundo materialista y hedonista, incluyendo “al hombre viejo” y seguirlo, ya que Dios es el único “Bueno”. En este orden, el diálogo del joven rico con Jesús, envuelve una respuesta con un matiz moral, a una pregunta, igualmente moral. “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 19, 16), son mandamientos que reflejan una enseñanza moral, conforme lo afirma Juan Pablo II, en su encíclica, El esplendor de la Verdad. En este sentido, Juan Pablo II añade en El esplendor de la Verdad: “Es necesario que el hombre de hoy se dirija nuevamente a Cristo para obtener de El la respuesta sobre lo que es bueno y lo que es malo”. Por esto, las bases de la moral - si se quiere cristiana - no están dadas por el hombre, sino por el mismo Dios, que es el único “Bueno”; y por ende, la moral no es relativa; y al hablar de valores morales, en un contexto cristiano, estamos sujetos a la fuente de esa “moral”, que definitivamente es Dios y su Palabra. Otra preocupación resulta de la situación de la familia. Si la familia está enferma, la sociedad está igual. Son palabras del cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa, Honduras, en una entrevista concedida a La République: un petit journal, un periódico digital. Si la familia, fuente inagotable de vivencias, tiene sus fundamentos sobre “arena”, y no sobre “roca”, lo que se puede imaginar es que las sociedades estén en crisis, y esto nos arroja la siguiente pregunta: ¿Cómo entonces se puede dar la pedagogía de los valores? La respuesta urge e involucra a todos los componentes sociales, especialmente a los medios de comunicación social, que en el Decreto Inter Mirífica, son vistos como dones de Dios para el beneficio del ser humano. La pedagogía de los valores, en la práctica, implica pues, la participación de toda la sociedad. Hablar de pedagogía de los valores no es sencillo, especialmente, porque los valores son producto de este constante aprendizaje social. De allí, que las instituciones como la familia, la escuela y la parroquia tengan un papel protagónico en la transmisión y consolidación de los valores morales. Es lógico mantener cierta reserva del papel de la familia, especialmente si se trata de familias disfuncionales, monoparentales o ensambladas. No estamos frente a la realidad de hace 80 años, cuando la moral y la conducta humana parecían ser más cónsonas. Hoy en día se perciben ciertos nubarrones, respecto a la familia como institución, afectada por aquellos vaivenes mundanos que le hacen ver como a un grupo humano cualquiera, e incluso modificable a los antojos de los más enfermizos planteamientos. La familia es el núcleo de la sociedad, se requiere la cooperación de todos los entes sociales, incluidos los medios de comunicación social, para que sea portadora de valores morales, de lo contrario, mal puede ser formadora de hombres y mujeres de bien. Con la Iglesia sucede lo mismo, hoy se critica el papel de quienes le dirigen, en un intento por destruir esta institución fundada por Cristo. No obstante, Dios no le abandona. Por eso, por duros que sean los tiempos, por más picado que esté el mar, el cristiano está llamado a creer en un Cristo que no abandona la barca y que incluso, puede hacer que las tempestades se calmen. Y este es uno de los valores que la Iglesia enseña: la fe es la creencia de aquello de lo cual no tenemos certeza.

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